Annie Leibovitz detesta sin lugar a dudas lo que una vida de logros significa para ella ahora que los mejores días de sus 40 años de profesión quedan atrás. «La fotografía no es algo de lo que te retires», afirmó una Leibovitz de 59 años sobre el escenario mientras recibía los honores a toda una carrera que le otorgó el International Center of Photography el pasado mes de Mayo. Vestida de negro, con el pelo algo revuelto como de costumbre, la fotógrafa se dirigió al público y prosiguió diciendo, «Tienes que trabajar hasta el final. Lartigue vivió hasta los 92, Steichen hasta los 93 y Cartier-Bresson hasta los 94. Irving Penn va a cumplir los 92 el mes que viene, y sigue trabajando.» Entonces, su tono se volvió triste y sosteniendo la estatuilla de los Infinity Award añadió con ironía, «En serio, es un trato genial». Su voz temblorosa hacía pensar que estaba a punto de llorar. «Significa mucho para mí, ya lo sabéis, especialmente ahora. Es, es un premio muy dulce estar aquí ahora. Estoy pasando unos momentos difíciles ahora mismo, así que…».

Los 700 amigos y colegas que habían asistido para compartir la noche con ella sabían acerca de esos «momentos difíciles». Dos compañías la habían demandado reclamándole 700.000 dólares en facturas pendientes por servicios fotográficos, y en Febrero, el New York Times dedicó una de sus portadas a informar sobre las deudas de la fotógrafa, básicamente obligada a empeñar los derechos de autor de todo su catálogo fotográfico para hacer frente a las deudas acumuladas, incluyendo 1,4 millones de dólares de impuestos por los últimos dos años. Incluso los que sabían que estaba en problemas se sorprendieron por la amplitud de los mismos. No en vano, Leibovitz es responsable de algunas de las portadas más icónicas del mundo, como el desnudo de John Lennon con Yoko Ono para Rolling Stone, o Demi Moore desnuda y embarazada para Vanity Fair. Pasó de ser una fotógrafa de celebridades al mundo de la moda, o recientemente a otras más artísticas, y algunos la consideran la heredera por derecho de Richard Avedon o Helmut Newton. Ahora, su deuda asciende a la pasmosa cifra de 24 millones de dólares, y si no es capaz de devolverlos antes del 8 de Septiembre a la entidad financiera ArtCapital Group, especializada en conceder créditos a artistas utilizando los derechos de sus obras como aval, podría perderlos junto a sus casas y demás propiedades inmobiliarias.

«La fotografía no es algo de lo que te retires»

¿Cómo le pudo pasar eso a Annie Leibovitz? ¿Cómo puede encontrarse en bancarrota una fotógrafa que dice cobrar 250.000 dólares al día por poner los pies en un estudio para hacer un trabajo publicitario a clientes como Louis Vuitton? Que, según se rumorea, firmó un contrató de por vida con el archivo fotográfico Condé Nast por 5 millones de dólares anuales (algo nada disparatado teniendo en cuenta que una década atrás, fue precisamente el presidente de Condé Nast quien recomendó a Graydon Carter, editor de Vanity Fair, que no le «racanease» a la fotógrafa un aumento de un cuarto de millón de dólares en su contrato). ¿Cómo diablos es posible que le pase esto a una persona que virtualmente podría fotografiar a quien le diese la gana (la Reina de Inglaterra por ejemplo)?

En los últimos cinco años, Leibovitz ha perdió a sus dos padres y a su pareja, la famosa escritora Susan Sontag. Solía realizar frecuentes y costosos viajes entre las localizaciones de trabajo y los hospitales; y en 2005 nacieron dos de sus tres hijos, los gemelos Susan y Samuelle. «Tengo tres hijos, perdí a mi pareja. Tengo demasiado trabajo y es un caos.» Según los amigos de la fotógrafa, ella ha empezado a pensar en si misma menos como una artista famosa con una vida de ensueño y más como una madre soltera de tres hijos luchando por mantenerles bajo un techo y llevar comida a su casa. No es de extrañar entonces que un reconocimiento a «una vida de logros» le ponga la piel de gallina. El miedo a no trabajar más le aterroriza. Sentillamente tiene que trabajar.

Los temores de sus primeros días en Rolling Stone

En consonancia con los tiempos, los primeros trabajos de Leibovitz se centraron en política y rock&roll (la dimisión de Nixon, Sly Stone…). A finales de los setenta, empezó a mostrar un estilo más sencillo, pintándoles de azul la cara a los Blues Brothers, o haciendo posar a Bette Midler, estrella de The Rose, en una cama de rosas. Más tarde, en Vanity Fair y Vogue, se hizo conocida por sus retratos heroicos e idealizados… Leibovitz tiene una extraña habilidad para “hacer que unos aburridos hombres blancos que trabajan detrás de un escritorio parezcan épicos”, dijo Graydon Carter. “Me hizo una foto en la que parezco James Dean o algo así», contaba Quentin Tarantino sobre su retrato de 1994. “Y soy un tío que no se parece a James Dean».

Desde sus primeros días en Rolling Stone, Leibovitz demostraba un temor casi agobiante a volver si haber conseguido la foto. Lloyd Ziff, un antiguo diseñador de la revista recuerda cuando enviaron a Leibovitz a tomar una simple imagen de la botella de Coca Cola más antigua del mundo en algún pequeño museo. «Hizo entre 300 y 500 Polaroids de ella. (…) No importa quien eres o los niveles de energía o paciencia que tengas, Annie te dejará K.O. Te devorará. Y entonces, en algún momento, conseguirá su foto». Arnold Schwarzenegger todavía bromea acerca de un vuelo en helicóptero a través de una ventisca en la que se congeló hasta desear estar muerto para la portada de Vanity Fair en 1997 en la que aparece en mangas cortas con unos esquís en lo alto de una montaña en Sun Valley, Idaho.

Leibovitz una vez describió su método para realizar retratos como *“llevarles a algún lugar donde ellos estén jodidamente aburridos y no haya nada que hacer excepto tomar fotos.” A partir de ahí, ella sigue trabajando con los sujetos hasta dejarlos exhaustos, un estado que pueda conducir a la revelación de un momento de vulnerabilidad. En 1981, para Rolling Stone, William Hurt se sentó por la tarde en la casa de sus padres en New Jersey. A las siete de la mañana del día siguiente, Leibovitz seguía tomando fotos del actor, quien para ese momento tan solo llevaba puestos los calzoncillos. Esto se hizo tan frecuente que cuando la fotógrafo empezó a trabajar con Vanity Fair, afirmó que quería “sacudirse esa reputación de ser la chica que deja a la gente desnuda”. Por supuesto, esto nunca pasó y algunos de sus fotografías más famosas para la revista fueron una Demi Moore desnuda-y-preñada en 1991, la portada del especial sobre Hollywood en 2006 con Tom Ford acosando lascivamente a Keira Knightley y Scarlett Johansson desnudas y la sesión de 2008 de una Miley Cyrus de 15 años cubriéndose con una sábana.

Los fotógrafos suelen cobrar un honorarios por su trabajo, más gastos. El cliente, no importa si es una revista, un anunciante o una persona, establece un presupuesto para gastos dentro del que el fotógrafo debe operar, pero desde el principio, el perfeccionismo de Leibovitz la llevó a prestar poca o ninguna atención a las restricciones del presupuesto, gastándolo con imprudencia, perdiendo cámaras, acumulando tickets de parking y hasta abandonando coches de alquiler.

Al comienzo en Rolling Stone, Leibovitz era una especie de hermana pequeña del equipo de la revista, adquiriendo rápidamente el hábito de fumar, beber y ponerse a remojo en jacuzzis junto a Wenner, Thompson y los demás. En 1975, ignorando el consejo de Wenner, Leibovitz aceptó acompañar durante dos meses a los Rolling Stones como su fotógrafa oficial durante su tour por América. Todo el mundo bebía y se drogaba en el tour de los Stones, por supuesto, pero para cuando Leibovitz regresó a San Francisco, su apetito por la cocaina se había convertido en algo más que una mera diversión. El libro de Robert Draper, Rolling Stone Magazine: The Uncensored History describe a Leibovitz como una auténtica drogadicta que sufrió dos sobredosis y que llegó a empeñar algunas de sus cámaras para poder pagar más drogas.

Leibovitz dejó Rolling Stone por Vanity Fair en 1983 y su reputación de ser incapaz de gestionar su dinero aparentemente viajó con ella. “Llevar sus cuentas en las casas de alquiler y los laboratorios fotográficos fue una lucha», comentaba Andrew Eccles, ahora un fotógrafo reputado que trabajó como asistente de Leibovitz entre 1983 y 1986. “Tenía que conseguir que la gente me creyese cuando les decía que ya no era como antes. Que la gente actualmente cobraba por sus equipos». A causa de sus problemas de crédito, Leibovitz se veía forzada a pagar exclusivamente en metálico. En 1987, American Express le ofreció una campaña publicitaria. Irónicamente, la solicitud de Leibovitz para conseguir una tarjeta de crédito había sido rechazada en infinidad de ocasiones. Después de que la agencia publicitaria descubriera de que había perdido un sobre con varios miles de dólares en una cabina telefónica durante la sesión, tiraron de unos cuantos hilos para conseguirle finalmente una tarjeta.

Vanity Fair

Cuando Tina Brown se convirtió en la editora de Vanity Fair en 1984, Leibovitz era una de sus principales atracciones. Fotografío a todo el mundo, Nicole Kidman, Uma Thurman, la cúpula de Bush, y sus proyectos se volvieron cada vez más grandes y exponencialmente caros de producir. Cuando decidió fotografiar a Whoopi Goldberg en una bañera llena de leche, ya disponía de un equipo de gente que fuese a comprar y calentar litros y litros de leche.

Los inflados gastos de sus trabajos eran una enfermedad crónica. Anthony Accardi, uno de los impresores de Leibovitz, recuerda que los trabajos tenían a menudo plazos imposibles, como cuando tuvo que montar un laboratorio a las 3 de la madrugada para revelar unas fotografías de Bill Clinton y tener las impresiones listas para las 7 de la mañana. Exigía tanta velocidad que Condé Nast le cobraba tres veces su tarifa habitual. Accardi alucinaba con el número de copias que Leibovitz era capaz de encargar, y aparentemente también lo hacían en Condé Nast. Después de que Accardi sacase 300 impresiones de gran formato de la sesión de Roseanne Barr y le enviase una factura de 15.000 dólares a Vanity Fair, recibió una carta de Graydon Carter en persona informándole de que después de ese trabajo, no pagaría más de 50 impresiones. «¿Como quieres que le diga eso a Annie? Va a destrozarme los oídos», le contestó Accardi entre risas.

Desde 1993, Leibovitz empezó también a hacer sesiones de moda de forma regular para Vogue. Para entonces, sus producciones eran virtualmente indistinguibles en escala que las de los sets de cine. Uno de los más exagerados fue el portfolio de 2005 inspirado en El Mago de Oz con imágenes como la de Jeff Koons en el papel de mono alado volando con Keira Knightley/Dorothy en brazos.

«Sus exigencias eran cada vez más grandes. Fuego, lluvia, autos, aviones, animales de circo… todo lo que quería lo obtenía»

– Jane Sarkin (Vanity Fair)

Leibovitz siempre había vivido en apartamentos modestos de Upper West Side, pero en los noventa empezó a comprar y restaurar costosas propiedades en la zona baja. En 1994, compró un ático en el London Terrace, en el lujoso barrio de Chelsea (Manhattan), y gastó aún más en su remodelación (las remodelaciones extravagantes también se convirtieron en una obsesión). En 1996, se hace con la finca Rhinebeck y la convierte en su casa rústica. En 1999, adquiere por 2.1 millones de dólares un aparcamiento de 14.000 metros cuadrados en West 26th Street, a cinco minutos andando de su apartamento Chelsea y construye en él un estudio fotográfico de ensueño.

Leibovitz había superado las drogas en los 80 después de que su familia la metiese en un centro de desintoxicación pero su naturaleza compulsiva persistía. Eccles recuerda muchas mañanas de caminatas hasta un hotel restaurante y ver a Leibovitz deprimida por que no estaba convencida de tener el montaje ideal para una sesión. “Nunca podía relajarse y descansar, estaba asustada por que hubiese por ahí alguna idea aún mejor (…) La ansiedad acerca de si una fotografía iba a ser suficientemente buena hacia que fuese difícil estar a su alrededor.”

En 2007, Leibovitz aceptó hacer un retrato de Tina Brown para su biografía de la princesa Diana. «Pensé que ella simplemente me sacaría una foto en mi casa”, dijo Brown. Leibovitz insistió en hacer la fotografía en la playa cerca de la residencia de verano de Brown en Quogue, aun cuando estaban en Marzo y el clina era gélido. Leibovitz apareció en un furgón con una estilista y su asistente. Pronto llegó un segundo coche cargado de ropa. También contrató una máquina de viento. Insatisfecha por el resultado, Leibovitz se negó a cobrarle a Brown ni un solo céntimo y le sugerió que volviesen a intentarlo al día siguiente. *“¡Lo lograremos!”, le respondió Brown, agradecida pero completamente agotada. *“Es una perfeccionista brutal a la que no le importa absolutamente nada el impacto que tenga en ella sus propios varemos.”

Su relación con Susan Sontag

Annie Leibovitz y Susan Sontag se conocieron a finales de los 80 gracias a su amigo común Sharon Delano, por aquel entonces editor de Vanity Fair. Sontag era dieciséis años mayor que Leibovitz, y mientras que ella había tenido muchas amantes, ninguna mujer había desvelado su condición de como lesbiana. Cuando se hizo oficial, Leibovitz dijo “Puede llamarnos amantes (..) Me gusta «amantes», suena muy romántico». Sin embargo, si algo caracteriza su relación es por ser una pareja extraña. Leibovitz no trataba de disimular el hecho de que raramente leía, mientras que Sontag guardaba 15.000 libros en su apartamento. “No pienso que nadie pueda describir a Annie como una intelectual», afirmó la única hermana de Sontag, Judith Cohen.

Entre ellas existía una relación de simbiosis. El monográfico escrito por Sontag en 1977, Sobre la fotografía, es lectura obligada para la mayoría de los grandes de la fotografía, lo que le daba a Leibovitz una nueva clase de credibilidad al pensar que la etiqueta de «fotógrafa de celebridades» la degradaba. “Es como si Tom Cruise empezase a salir con Akira Kurosowa”. Mientras tanto, Leibovitz le ofrecía a Sontag beneficios tangibles y es que al margen de su imagen de intelectual, la escritora disfrutaba rodeándose de estrellas de cine y dejándose caer por el estudio de su amante para ver las sesiones de altos vuelos.

Sontag alentó a Leibovitz a hacer su trabajo más personal y artístico, y le aconsejó que buscase un sitio dentro de la prestigiosa galería Edwynn Houk, convenciéndola de la importancia de compartir un lugar junto a Brassaï y Dorothea Lange. Pero la influencia de Sontag no fue bien recibida por todos. A mediados de los 90, Leibovitz alteró su estilo y empezó a hacer portadas que parecían ser más del gusto de Sontag que de su jefe. “Sus imágenes se volvieron muy oscuras y enrevesadas» dice Carter de los años que define como la Etapa Azul de Leibovitz. “Los retratos eran espectulares, pero para vender entre 400.000 y 700.000 ejemplares en los quioscos necesitas una portada divertida o icónica.”

En 2001, a la edad de 51, Leibovitz da a luz a una niña, Sarah. Aunque Sontag estuvo presente en el nacimiento y adoraba a Sarah, no estaba de acuerdo con la idea de que la fotógrafa tuviese un hijo. “Creo que ella me quería para ella sola”, dijo Leibovitz. La distancia entre la pareja se hizo mayor cuando Leibovitz contrató a una estricta niñera inglesa que Sontag despreciaba y a la que llegó a llamar «la nana del infierno”.

Dan Kellum trabajó de asistente de Leibovitz en 2002 y afirmó haber sentido pena por ella a causa de que la encontraba emocionalmente sola. “No había nadie en la vida de Annie que pudiera decirle «Tranquilícita, la pequeña va a estar bien». La personalidad obsesiva de Leibovitz también se reflejaba en su papel como madre. Cuando Sarah comenzó a ingerir alimentos sólidos, instauró una rigurosa política de anotar cada bocado, cada evacuación, unos bloc de notas que compraba en la librería sueca Ordning & Reda. Kellum encargaba regularmente nuevos blocs a Estocolmo para que el diario pudiera continuar de un volumen al siguiente. Una vez en que el pedido se perdió en las aduanas, Leibovitz insistió en que le enviasen dos bloc de notas desde Estocolmo mediante un tipo de mensajería especial que esencialmente equivale a comprar un asiento en el próximo avión. Solo los gastos de envío ascendieron a 800 dólares.

Sontag había tenido episodios recurrentes de cáncer a través de los años, y en la primavera de 2004, se enteró de que la enfermedad había regresado. A pesar de la distancia entre ellas, y el hecho de que Leibovitz también estaba atendiendo a su propio padre, Sam, al que le habían diagnosticado un cáncer terminal de pulmón, no escatimó esfuerzos para ayudarla. Consiguió que la trasladasen en el avión de un amigo a Seattle para un trasplante de médula ósea, y fletó otro avión privado para que volara de regreso al Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. Sontag moría tres días después de la navidad de 2004.

Cuando la situación de las finanzas de Leibovitz se hicieron públicas, algunos medios apuntaron a la teoría del “impuesto gay”, la idea de que las finanzas de la fotógrafa se habían ido al cuerno por tener que pagar al estado la mitad del valor la herencia de Sontag (al no haber podido formalizar su relación ante la justicia, de cara a esta eran extrañas). Sin embargo, esto no fue cierto. Con la excepción de cuatro artículos con un valor meramente sentimental, el grueso de las propiedades de Sontag fueron a parar a manos de David Rieff, su único hijo. La relación de ambas mujeres no se mencionó en el obituario del New York Times y Leibovitz no habló en su funeral.

En 2006, Leibovitz presentó en el museo de Brooklyn una retrospectiva de sus últimos 15 años de trabajo, publicando todo el material de la exposición en un libro editado por Random House, en el que se mezclan tanto sus trabajos como fotógrafa profesional como las imágenes que realizó en su ámbito más personal. «No tengo dos vidas. Esta es mi vida, y tanto las imágenes personales como las profesionales forman parte de ella.» Aquí encontramos el trabajo artístico que Sontag había alentado, incluyendo fotos de la escritora irreconociblemente hinchada y sufriendo de forma visible en su cama de hospital en Seattle u otra en la con el cuerpo sin vida de Sontag vistiendo uno de sus vestidos preferidos en un cuarto de la funeraria. La crítica del New York Times, Roberta Smith, definió los retratos como «profesionales pero vacíos, faltos de inspiración». «Es difícil no sentir que Sontag funcionó un poco como la celebridad personal de la Sr. Leibovitz (…) permitiéndole compartir una fama que encuentra más auténtica que la suya propia».

Continuará…

Esta es una traducción más o menos concienzuda del extenso artículo How Could This Happen to Annie Leibovitz? publicado hace unos días por el New York Magazine. Mañana, la segunda parte.

Actualizado: Ya está lista la segunda parte. Espero que también os guste.